Los detectives salvajes / Roberto Bolaño.
Record details
- ISBN: 9780307476111 (pbk.)
- ISBN: 0307476111 (pbk.)
- Physical Description: 609 p. : ill. ; 21 cm.
- Edition: 1a ed. Vintage Español.
- Publisher: New York : Vintage Español, 2010.
Content descriptions
Summary, etc.: | New Year's Eve, 1975: Arturo Belano and Ulises Lima, founders of the visceral realist movement in poetry, leave Mexico City in a borrowed white Impala. Their quest: To track down the obscure, vanished poet Cesarea Tinajero. A violent showdown in the Sonora desert turns search to flight; twenty years later Belano and Lima are still on the run. La novela narra la búsqueda de la poetisa mexicana Cesárea Tinajero, por parte de dos jóvenes poetas fundadores de un movimiento de poesía llamado los real visceralistas, el chileno Arturo Belano y el mexicano Ulises Lima. |
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Los Detectives Salvajes / the Savage Detectives : Spanish-Language Edition of the Savage Detectives
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Los Detectives Salvajes / the Savage Detectives : Spanish-Language Edition of the Savage Detectives
I. Mexicanos perdidos en México (1975) 2 de noviembre He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor asÃ. 3 de noviembre No sé muy bien en qué consiste el realismo visceral. Tengo diecisiete años, me llamo Juan GarcÃa Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no querÃa estudiar Derecho sino Letras, pero mi tÃo insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso le dije a mi tÃo y a mi tÃa y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche. O al menos una buena parte. Después, con aparente resignación, entré en la gloriosa Facultad de Derecho, pero al cabo de un mes me inscribà en el taller de poesÃa de Julio César Ãlamo, en la Facultad de FilosofÃa y Letras, y de esa manera conocà a los real visceralistas o viscerrealistas e incluso vicerrealistas como a veces gustan llamarse. Hasta entonces yo habÃa asistido cuatro veces al taller y nunca habÃa ocurrido nada, lo cual es un decir, porque bien mirado siempre ocurrÃan cosas: leÃamos poemas y Ãlamo, según estuviera de humor, los alababa o los pulverizaba; uno leÃa, Ãlamo criticaba, otro leÃa, Ãlamo criticaba, otro más volvÃa a leer, Ãlamo criticaba. A veces Ãlamo se aburrÃa y nos pedÃa a nosotros (los que en ese momento no leÃamos) que criticáramos también, y entonces nosotros criticábamos y Ãlamo se ponÃa a leer el periódico. El método era el idóneo para que nadie fuera amigo de nadie o para que las amistades se cimentaran en la enfermedad y el rencor. Por otra parte no puedo decir que Ãlamo fuera un buen crÃtico, aunque siempre hablaba de la crÃtica. Ahora creo que hablaba por hablar. SabÃa lo que era una perÃfrasis, no muy bien, pero lo sabÃa. No sabÃa, sin embargo, lo que era una pentapodia (que, como todo el mundo sabe, en la métrica clásica es un sistema de cinco pies), tampoco sabÃa lo que era un nicárqueo (que es un verso parecido al falecio), ni lo que era un tetrástico (que es una estrofa de cuatro versos). ¿Que cómo sé que no lo sabÃa? Porque cometà el error, el primer dÃa de taller, de preguntárselo. No sé en qué estarÃa pensando. El único poeta mexicano que sabe de memoria estas cosas es Octavio Paz (nuestro gran enemigo), el resto no tiene ni idea, al menos eso fue lo que me dijo Ulises Lima minutos después de que yo me sumara y fuera amistosamente aceptado en las filas del realismo visceral. Hacerle esas preguntas a Ãlamo fue, como no tardé en comprobarlo, una prueba de mi falta de tacto. Al principio pensé que la sonrisa que me dedicó era de admiración. Luego me di cuenta que más bien era de desprecio. Los poetas mexicanos (supongo que los poetas en general) detestan que se les recuerde su ignorancia. Pero yo no me arredré y después de que me destrozara un par de poemas en la segunda sesión a la que asistÃa, le pregunté si sabÃa qué era un rispetto. Ãlamo pensó que yo le exigÃa respeto para mis poesÃas y se largó a hablar de la crÃtica objetiva (para variar), que es un campo de minas por donde debe transitar todo joven poeta, etcétera, pero no lo dejé proseguir y tras aclararle que nunca en mi corta vida habÃa solicitado respeto para mis pobres creaciones volvà a formularle la pregunta, esta vez intentando vocalizar con la mayor claridad posible. -No me vengas con chingaderas, GarcÃa Madero -dijo Ãlamo. -Un rispetto, querido maestro, es un tipo de poesÃa lÃrica, amorosa para ser más exactos, semejante al strambotto, que tiene seis u ocho endecasÃlabos, los cuatro primeros con forma de serventesio y los siguientes construidos en pareados. Por ejemplo... -y ya me disponÃa a darle uno o dos ejemplos cuando Ãlamo se levantó de un salto y dio por terminada la discusión. Lo que ocurrió después es brumoso (aunque yo tengo buena memoria): recuerdo la risa de Ãlamo y las risas de los cuatro o cinco compañeros de taller, posiblemente celebrando un chiste a costa mÃa. Otro, en mi lugar, no hubiera vuelto a poner los pies en el taller, pero pese a mis infaustos recuerdos (o a la ausencia de recuerdos, para el caso tan infausta o más que la retención mnemotécnica de éstos) a la semana siguiente estaba allÃ, puntual como siempre. Creo que fue el destino el que me hizo volver. Era mi quinta sesión en el taller de Ãlamo (pero bien pudo ser la octava o la novena, últimamente he notado que el tiempo se pliega o se estira a su arbitrio) y la tensión, la corriente alterna de la tragedia se mascaba en el aire sin que nadie acertara a explicar a qué era debido. Para empezar, estábamos todos, los siete aprendices de poetas inscritos inicialmente, algo que no habÃa sucedido en las sesiones precedentes. También: estábamos nerviosos. El mismo Ãlamo, de común tan tranquilo, no las tenÃa todas consigo. Por un momento pensé que tal vez habÃa ocurrido algo en la universidad, una balacera en el campus de la que yo no me hubiera enterado, una huelga sorpresa, el asesinato del decano de la facultad, el secuestro de algún profesor de FilosofÃa o algo por el estilo. Pero nada de esto habÃa sucedido y la verdad era que nadie tenÃa motivos para estar nervioso. Al menos, objetivamente nadie tenÃa motivos. Pero la poesÃa (la verdadera poesÃa) es asÃ: se deja presentir, se anuncia en el aire, como los terremotos que según dicen presienten algunos animales especialmente aptos para tal propósito. (Estos animales son las serpientes, los gusanos, las ratas y algunos pájaros.) Lo que sucedió a continuación fue atropellado pero dotado de algo que a riesgo de ser cursi me atreverÃa a llamar maravilloso. Llegaron dos poetas real visceralistas y Ãlamo, a regañadientes, nos los presentó aunque sólo a uno de ellos conocÃa personalmente, al otro lo conocÃa de oÃdas o le sonaba su nombre o alguien le habÃa hablado de él, peroigual nos lo presentó. No sé qué buscaban ellos allÃ. La visita parecÃa de naturaleza claramente beligerante, aunque no exenta de un matiz propagandÃstico y proselitista. Al principio los real visceralistas se mantuvieron callados o discretos. Ãlamo, a su vez, adoptó una postura diplomática, levemente irónica, de esperar los acontecimientos, pero poco a poco, ante la timidez de los extraños, se fue envalentonando y al cabo de media hora el taller ya era el mismo de siempre. Entonces comenzó la batalla. Los real visceralistas pusieron en entredicho el sistema crÃtico que manejaba Ãlamo; éste, a su vez, trató a los real visceralistas de surrealistas de pacotilla y de falsos marxistas, siendo apoyado en el embate por cinco miembros del taller, es decir todos menos un chavo muy delgado que siempre iba con un libro de Lewis Carroll y que casi nunca hablaba, y yo, actitud que con toda franqueza me dejó sorprendido, pues los que apoyaban con tanto ardimiento a Ãlamo eran los mismos que recibÃan en actitud estoica sus crÃticas implacables y que ahora se revelaban (algo que me pareció sorprendente) como sus más fieles defensores. En ese momento decidà poner mi grano de arena y acusé a Ãlamo de no tener idea de lo que era un rispetto; paladinamente los real visceralistas reconocieron que ellos tampoco sabÃan lo que era pero mi observación les pareció pertinente y asà lo expresaron; uno de ellos me preguntó qué edad tenÃa, yo dije que diecisiete años e intenté explicar una vez más lo que era un rispetto; Ãlamo estaba rojo de rabia; los miembros del taller me acusaron de pedante (uno dijo que yo era un academicista); los real visceralistas me defendieron; ya lanzado, le pregunté a Ãlamo y al taller en general si por lo menos se acordaban de lo que era un nicárqueo o un tetrástico. Y nadie supo responderme. La discusión no acabó, contra lo que yo esperaba, en una madriza general. Tengo que reconocer que me hubiera encantado. Y aunque uno de los miembros del taller le prometió a Ulises Lima que algún dÃa le iba a romper la cara, al final no pasó nada, quiero decir nada violento, aunque yo reaccioné a la amenaza (que, repito, no iba dirigida contra mÃ) asegurándole al amenazador que me tenÃa a su entera disposición en cualquier rincón del campus, en el dÃa y a la hora que quisiera. El cierre de la velada fue sorprendente. Ãlamo desafió a Ulises Lima a que leyera uno de sus poemas. Ãste no se hizo de rogar y sacó de un bolsillo de la chamarra unos papeles sucios y arrugados. Qué horror, pensé, este pendejo se ha metido él solo en la boca del lobo. Creo que cerré los ojos de pura vergüenza ajena. Hay momentos para recitar poesÃas y hay momentos para boxear. Para mà aquél era uno de estos últimos. Cerré los ojos, como ya dije, y oà carraspear a Lima. Oà el silencio (si eso es posible, aunque lo dudo) algo incómodo que se fue haciendo a su alrededor. Y finalmente oà su voz que leÃa el mejor poema que yo jamás habÃa escuchado. Después Arturo Belano se levantó y dijo que andaban buscando poetas que quisieran participar en la revista que los real visceralistas pensaban sacar. A todos les hubiera gustado apuntarse, pero después de la discusión se sentÃan algo corridos y nadie abrió la boca. Cuando el taller terminó (más tarde de lo usual) me fui con ellos hasta la parada de camiones. Era demasiado tarde. Ya no pasaba ninguno, asà que decidimos tomar juntos un pesero hasta Reforma y de allà nos fui mos caminando hasta un bar de la calle Bucareli en donde estuvimos hasta muy tarde hablando de poesÃa. Excerpted from Los Detectives Salvajes by Roberto Bolaño All rights reserved by the original copyright owners. Excerpts are provided for display purposes only and may not be reproduced, reprinted or distributed without the written permission of the publisher.